Si nos referimos a la palabra “patrimonio” (del latín “patrimonium”), estamos indicando aquello que nos transmiten nuestros padres, sean sanguíneos o un colectivo social.
No necesariamente herencias económicas, sino más bien legados sociales, simbólicos o culturales.
Van formando una sociedad creadora de sus propios significados que los representa, pero no de una manera fija e indisoluble, sino flexible y cambiante.
En el transcurso de la historia, las primeras afirmaciones sobre patrimonio natural y cultural fueron consideradas desde la vereda de los bienes materiales.
Su valor primordial radicaría en la excepcionalidad, singularidad y belleza que poseían, los que indicarían su grado de relevancia.
Los primeros reconocimientos de patrimonio cultural provinieron, entonces, desde los bienes materiales de los grupos dominantes, principalmente, clero y nobleza, como sus palacios, iglesias y fábricas.
Otra mirada
Con el paso del tiempo el significado de patrimonio cultural comenzó a abandonar los límites monumentalistas que lo definían, pasando a incluir vestigios testimoniales arraigados en la memoria de una comunidad.
Así, la UNESCO en su convención realizada en 2003, la Conferencia General, respaldó por primera vez lo intangible con la llamada “Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial”.
Desde ahí el patrimonio cultural de un territorio también estaría integrado por los resultados de los productos de la cultura popular.
Para comprender el Patrimonio Cultural debemos pensarlo como un ser humano que examina su existencia; una noción material como lo es el cuerpo, y otra inmaterial como el alma.
Incluso después de la muerte del cuerpo, el alma de un ser todavía puede seguir vibrando y flotando en el inconsciente colectivo a través del recuerdo.
Entonces, el cuerpo de un pueblo o cultura es su patrimonio material, mientras que su patrimonio inmaterial es su alma.
A diferencia de lo material, lo que vive en nuestro espíritu es aquello con lo que fuimos criados y sustenta nuestra existencia.
No se presta para cuestionamientos, sino se cohesiona como grupo y se transforma en nuestro ADN cultural.
Contra nuestras posesiones materiales, lo podemos llevar con nosotros a cualquier lugar, como nuestras creencias religiosas, expresiones, tradiciones, usos, técnicas, historias, lenguaje, saberes y costumbres.
Lo mantenemos vivo, a través de la herencia simbólica a hijos, comunidad.
El ser intangible lo transforma en lo más sensible y fácil de disolver, si no es conservado, defendido y transmitido.
La riqueza patrimonial de la Región del Biobío se funde, también desde lo inmaterial, en sus prácticas artesanales de alfarería, orfebrería y cestería, entrelazando dos aspectos de la existencia humana.
Por un lado, la práctica aplicada como un conocimiento inmaterial constituido de varios estratos de relatos y experiencias transmitidas y, por otro, como esa condensación de saber se manifiesta y concreta en el objeto material final.
Entonces en el saber del artesano/a se encuentra la herencia viva de un conocimiento que se pierde en los inicios de la cultura.
En este acto de fluidez radica su valor más profundo, que como un río mana de un manantial que pasa frente a nosotros y al mismo tiempo desemboca en el mar.
Esta anulación del tiempo y las cronologías nos permite pensar las prácticas regionales como un proceso, y hallar en la historia las herramientas para validar sus herencias colectivas, que los hacen parte de la idea de patrimonio cultural inmaterial.
Lo inmaterial es lo que realmente domina nuestra vida, la realidad la construimos por lo que creemos y sentimos.